Raúl de Tapia es biólogo, director de la Fundación Tormes-EB y miembro de la Red Internacional de Escritores por la Tierra (RIET). También es un colaborador habitual del programa ‘El bosque habitado’ de Radio 3 bajo el seudónimo de Raúl Alcanduerca. Una de sus últimas intervenciones en este programa radiofónico (al que hemos galardonado con un Premi Ones Mediterrània) se titula ‘¿Y si los bosques escribieran a Abella?’. Si queréis leer más intervenciones de otros autores, lo podéis hacer en la página de Facebook de ‘El bosque habitado’, aunque nosotros lo que realmente os recomendamos es que escuchéis el programa atentamente.
‘¿Y si los bosques escribieran a Abella?’
Después de tantos años en los que Ignacio Abella ha escrito a los árboles y sus bosques, después de recolectar de las voces de abuelas y paisanos la intrahistoria de sus leños y savias, después de acentuar a las arboledas más antiguas como sacras: ¿Qué dirían los árboles y bosque a Abella?
No deja de ser un ejercicio imaginario de subjetividad, incluso una idea redundante pues ya le han contado y le llevan contando desde hace mucho tiempo sus relatos, su sacralidad, su complicidad con las gentes del monte. Lo han hecho con su narrativa de hojarasca y bellotas, de leyendas y cuentos de chimenea, de tradiciones seculares y memoria comunal.
Aun así resulta placentera esta ficción, que tiene tanta verosimilitud como necesidad. Porque a los humanos también hay que darles las gracias, a aquellos que, como él, consiguen que tejedas con siglos en sus anillos sigan aportando las moléculas de oxígeno que respiramos. Todo aire que recorre nuestros pulmones han pasado por las hojas de las enramadas. Gran parte del agua que hidrata nuestros órganos ha recorrido el xilema y se ha liberado desde los estomas. Podemos afirmar que el maestro Abella aporta aire y agua con su trabajo constante en el monte.
De igual modo debemos aseverar que consigue con su compromiso que sigamos deletreando, con todos sus significados, la palabra PATRIMONIO. Pues aquello que se refugia emboscado en forma de biodiversidad es patrimonio natural, aquello que alcanza siglos de vida se convierte en patrimonio histórico, y el verdor que reposa en las acuarelas de maestro Fernando Fueyo es patrimonio artístico. Digamos pues, que sus labores son una vocación patrimonial.
Es muy probable que haya una última variable en este algoritmo de agradecimientos. No dudo que los árboles se sientan correspondidos por los contagios que ha generado este druida. Hay una parte de la humanidad de estas estas tierras que hemos tejido nuestro conocimiento, nuestro sentimiento y nuestra voluntariedad, en base a sus escritos y palabras. De la madera a la magia de las plantas, de la cultura del tejo a la memoria del bosque, del gran árbol de la humanidad a la consagración de quienes quisieran contarle todo lo dicho, aunque él ya lo sabe.
Sería hermoso ver fotosintetizar caligrafías en el haz de las hojas, que la clorofila urdiera de tintero, que el viento vocalizara las palabras y fuera la ovación agradecida del bosque.
Aunque ayer, paseando por las tejedas sé que escuché, ¡gracias Abella!
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Raúl de Tapia