Como saben, nací en un mundo, o mejor en medio de una cultura, donde lo lento, lo tranquilo, sin apuros o calmamente, es como una guía, una manera de vivir, de ser y de hacer las cosas.Por eso siempre me encantó la cocina de mis abuelitas, y este ritual de ir preparando la comida, lentamente, entre historias y risas y palabras. Cuando se preparaba la comida, y entraba en esta fiesta de alegría, los “productos” los plátanos y la forma de cortarlos, y los peces, como los cangrejos u otro alimento. La casa de la cocina era un teatro de sorpresas y risas.
Y el fuego, que salía de esas leñas que habían llegado del bosque dule, cumpliendo su tarea de actor culinario; lentamente ofrecía su arte para lo que sería un acto de sabiduría: la comida dule. Y la comida sería además de su obligación biológica, una casa, como un puente de alegrías y emociones.
Si, creo que fue de mis primeras escuelas de aprendizaje, la cocina de mis aldeas, en especial la de mis abuelas. Aprender en no tener apuros, saber contar historias, admirar los alimentos, y compartir estas alegrías – alimentos, palabras y sudores – con todos, si, con todos. Y lentamente disfrutar estos momentos.
En estas cosas pienso, viviendo en un mundo donde me dicen que las cosas más rápidas son lo mejor, porque así “ganas tiempo”. ¿Que tiempo?
O como el canto de tarde en la Casa Grande, la Casa del Congreso en cada comunidad, otra forma tranquila de sentir las palabras y las emociones. Cuando la aldea se reúne, para escuchar al Poeta Mayor a contar y cantar los hechos del día, o la historia urgente, para recordar que somos seres de dialogo y de memorias. O tan solo para conversar de la tierra y sus habitantes. Solo eso.
Y me acuerdo ahora de nuestros primeros aprendizajes de “lo lento”, del uso de la memoria y de los encantamientos del amor: cuando con mis amiguitos al caer la tarde nos acostábamos en los cayucos de la aldea (oliendo la mar) y la luna empezaba a iluminar cuerpos y cayucos, confesábamos nuestras primeras desilusiones de amor, o los días a espera de una invitación, de la frase esperada para la seducción, ¿“vamos al río”? Ir al río de noche y en buena compañía era un paso seguro a la gloria, como un paseo por las nubes, un camino a las estrellas. Y la luna oculta, consintiendo, desbaratando miedos y componiendo encuentros. ¡Otra estrategia de lo lento!
Y por eso dicen los poetas de todas las aldeas del mundo, que no es el reloj quien ordena el tiempo, es la Palabra; es la Lengua porque lo que nos habita y tatúa es el tiempo del discurso, de las palabras, del goce, del verbo …reinventando mundos, palabra a palabra, creando magias, lentamente.
Cebaldo de León Inawinapi
Antropólogo, maestro, historiador y escritor y potenciador de lo Kuna.
Miembro de la RIET.