Hoy vamos a recordar a nuestra querida Ana María Matute, una de las grandes escritoras de nuestro país que falleció el pasado mes de junio. Matute, que formaba parte del Comité Honorífico de la Red Internacional de Escritores por la Tierra (RIET) verá, allá dónde esté, cómo sus seguidores disfrutan con ’Demonios familiares’, novela que escribió estando enferma. Os dejamos con este excelente artículo de J. M. Plaza, del diario El Mundo, con el que, sinceramente, nos es difícil no emocionarnos. No te olvidamos Ana María.
‘Los vértigos afilados de Ana María Matute’
Se cierra el ciclo. Primeras y últimas palabras. A finales de mayo de 1947, la revista ‘Destino’ publicó el primer relato de Ana María Matute, titulado ‘El chico de al lado’, escrito dos años antes. La joven Ana María de 17 años se veía (se vio durante mucho años) corriendo por aquel paseo, camino del quiosco para comprar varios ejemplares de la revista y sentía el vértigo saltarín, la emoción, la alegría de la vida.
Esta imagen la ha recordado muchas veces. Sesenta y siete años después casi exactos, a finales de mayo del 2014, la octogenaria escritora ponía el último párrafo a la novela que tenía entre manos, y en ese párrafo, curiosamente, aparece “el chico de al lado”.
Esta vez también notó el vértigo, pero ya no era luminoso, sino hacia dentro, como un sumidero, y sintió que la vida se le escapaba de las manos. No pudo escribir nada más. El esfuerzo para alcanzar al chico de al lado la dejó exhausta y el capítulo 11 quedó inconcluso. Poco después la internaron y falleció a las tres semanas sin poder escribir ni una línea más. No era necesario. Se cerraba el ciclo, aunque no la novela.
La novela es ‘Demonios familiares’ (Destino), un libro que fue presentado ayer, en la sede del Instituto Cervantes, por su director, Víctor García de la Concha, compañero de la Academia de la Lengua de Ana María Matute, que ocupó el sillón K de la docta institución.
En el acto, además de los editores y el hijo de la escritora, estuvieron presentes la novelista Almudena Grandes y Mari Paz Ortuño, profesora de la Complutense y amiga, durante 30 años, de la novelista. Ella fue quien relató la anécdota de la revista ‘Destino’, y también quien vivió, día a día, la elaboración de la última novela de Ana María Matute. La autora redactaba el texto pacientemente en su máquina de escribir, lo corregía a mano, siempre tachando frases (se pueden ver unos folios en las guardas del libro) y después Ortuño los pasaba a ordenador. “Yo fui una simple mecanógrafa. Ni siquiera quiso dictarme. Quería escribirlo ella misma, personalmente”. Ana María Matute lo intentó durante dos años, sin embargo no pudo acabar la novela.
Un verso suelto bien cosido
“Según el plan que tenía, le quedaban dos o tres capítulos. Faltaba el desenlace…”, comentó la profesora. ¿Y cómo era ese final? “Era como el final de todas sus novelas, no muy optimista, pero ella me dijo que era la única manera en la que podía acabar la historia”. Y la historia remite a sus primeros títulos: ‘Pequeño Teatro’, ‘Primera memoria’,’ Los hijos muertos’. En su novela póstuma, la Guerra Civil también está presente, pero es como un decorado de fondo. La protagonista, Eva, hija de un coronel, deja el convento y vuelve a la ciudad de provincias donde se enamora de alguien que no debe… No sigamos.
“Eva me recuerda a Magdalena, la protagonista de ‘Los hijos muertos’, mi obra favorita de Ana María Matute y una novela que yo siempre reivindico”, confesó Almudena Grandes, “porque me parece la mejor novela que se ha escrito sobre la posguerra”.
Grandes, que compartió divertidos bolos y experiencias con la autora fallecida, reconoció la influencia que tuvo en su obra y su vida Matute: “Sus personajes han sido para mí galerías de espejos vitales y literarios. Yo no sería la misma si sus novelas no me hubiesen enseñado a tiempo quién era yo y dónde vivía. La leí en mi adolescencia y esa lectura fue decisiva”.
Víctor García de la Concha señaló que la escritora, en la Real Academia, era como “un verso suelto pero muy bien cosido” y, recordando a Pere Ginferrer, autor del prólogo, comentó que “toda la obra de Ana María Matute es intensamente real, sin ser realista, y es verdadera sin ser verídica, porque las cosas, como a ella le gustaba decir, están un poco más allá de lo que parece”.
El fallecimiento de la escritora (el 25 junio de este año) no sólo dejó inconclusa su última novela, sino que privó a los lectores de la segunda parte (tan larga como la primera) de su penúltima novela, ‘Paraíso inhabitado’, del 2008. Pensaba continuar con aquella historia, pero se le metió de por medio el mundo oscuro de ‘Demonios familiares’, una vuelta a sus orígenes, y la autora estuvo peleando durante dos años con la escritura y con la enfermedad. En este tiempo sufrió frecuentes vértigos que la dejaban fuera de juego, y la novela estuvo a punto de titularse así: Vértigos, aunque al final esta palabra define tan solo la segunda parte de la novela. Una novela que acaba con un nombre propio: Mada.
“Mada”, señala Ortuño, “es Anastasia. Así llamaba a su tata, una señora que siempre estuvo muy presente en su vida y en su obra. Sus últimas palabras fueron un recuerdo hacia ella”.
Al final, y así hizo Ana María Matute, siempre volvemos al principio. Hay que cerrar el círculo.
J. M. Plaza (El Mundo)