Por culpa del gobierno de Roseana Sarney, el Brasil y el mundo asisten a una tragedia en el Marañón. En la penitenciaría de Pedrinhas, en São Luís, 62 presos fueron asesinados en los últimos meses, la mayoría degollados. Las imágenes están en internet.
El Alto Comisariado de Derechos Humanos de la ONU pidió que el gobierno brasileño investigue la carnicería de Pedrinhas. Es bueno recordar que, en noviembre del 2013, el ministro de Justicia, José Eduardo Cardozo, declaró que, en el Brasil, “es preferible morir que estar preso”.
Nuestro país tiene hoy día 515 mil detenidos. Muchos de ellos sin condena. La mayoría de los encarcelados vive amontonados promiscuamente, sin que el sistema de seguridad impida la práctica de delitos de dentro hacia fuera de la cárcel.
¿Cómo explicar que haya celulares en las prisiones? En ningún aeropuerto se consigue pasar el control llevando un aparato. Pero sabemos que los funcionarios penitenciarios están mal pagados e insuficientemente preparados para sus funciones, lo que los vuelve muy vulnerables a la corrupción. De ese modo los presidios se transforman en quesos suizos, llenos de agujeros por los que entran celulares, drogas y armas.
Hay directores y funcionarios de cárceles que se resisten a los detectores porque se quedarían sin contacto externo vía celular. El crimen agradece el corporativismo…
Desde dentro de las cárceles los presos ordenan crímenes y extorsiones telefónicas, en que la víctima cae en la trampa de creer que su pariente está en manos de bandidos. Desde las celdas de la Penitenciaría de Pedrinhas, facciones criminales ordenaron la quema de autobuses, que terminó en la muerte de una niña.
El Brasil clama por una reforma del sistema carcelario, que adopte nuevos métodos de resocialización de los detenidos. Insistí en este tema, ante el Ministerio de Justicia, durante los dos años que asesoré al presidente Lula. Fue en vano.
Viví dos, de los cuatro años en que estuve encarcelado (1969-1973), como preso común. En São Paulo, en la Penitenciaría del Estado, en Carandiru y en la Penitenciaría de Presidente Venceslau. Constaté, en la práctica, que no es difícil recuperar a los presos comunes. Basta con saber ocuparlos. Y no sólo como limpiadores o ayudantes de cocina, como es frecuente.
Seis presos políticos, mezclados con 400 comunes, promovimos grupos bíblicos, un grupo de teatro, talleres de arte y un curso supletorio de madurez (hoy equivale al segundo grado). Más de 100 detenidos fueron beneficiados por aquellas iniciativas, y varios se resocializaron. Cada presidio podría ser transformado, en cooperación con la iniciativa privada, en escuela de informática, de culinaria, de idiomas, formando también plomeros, electricistas, maestros de obras etc.
El nudo de la cuestión es que el gobierno no tiene un verdadero interés en la resocialización de los presos comunes. Quien esté interesado en las razones de esa absurda omisión, que lea a Michel Foucault.
Frei Betto es escritor y asesor de movimientos sociales, autor de “Diario de Fernando. En las cárceles de la dictadura militar brasileña”, entre otros libros.