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Federico Mayor Zaragoza: ‘Nos quedará la palabra’ (prólogo del libro ‘Las crisis de la crisis’)

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El profesor, político, exdirector general de la UNESCO y miembro del Comité Honorífico de la Red Internacional de Escritores por la Tierra (RIET), Federico Mayor Zaragoza, es un buen amigo de Mare Terra Fundació Mediterrània y de su presidente, Ángel Juárez. Precisamente por ello, Juárez le pidió que escribiese un prólogo para su último libro, ‘Las crisis de la crisis’, que se presentó hace unos días. El prólogo se titula ‘Nos quedará la palabra’ y, como todos los textos de Mayor Zaragoza, es altamente interesante ya que contiene reflexiones muy agudas. ¡Gracias por ilustrarnos, maestro!

‘Nos quedará la palabra’

Desde el origen de los tiempos, poder absoluto masculino. Unos cuantos hombres han impuesto su voluntad al resto de los hombres y a todas las mujeres. La gente se hallaba confinada, intelectual y territorialmente, en muy pequeños espacios. Nacía, vivía y moría en  poco más de 50 kilómetros cuadrados. Eran seres anónimos, invisibles, atemorizados, obedientes. De vez en cuando, un destello de algún filósofo o artista, era capaz de propagar pensamientos y sentimientos. Pero, en su conjunto, sólo alardes de fuerza en los escenarios de la gobernación: el perverso adagio de “si vis pacem, para bellum” (si quieres la paz, prepara la guerra) se ha cumplido –y se cumple todavía- de manera inexorable.

Ha habido intentos, en el siglo XX, de iniciar la sustitución de la fuerza por la palabra: el Presidente Woodrow Wilson, en 1919, al terminar la primera guerra mundial, conmovido por una contienda basada en la extenuación, en la rendición por hambre, frío y peste, establece la Liga de Naciones, de tal modo que en lo sucesivo se evite el rearme de quienes habían promovido la confrontación en el mismo corazón de Europa, y los conflictos se resuelvan por la diplomacia y los tratados. El Partido Republicano de los Estados Unidos hizo imposible aquella lúcida previsión de Wilson y, a su regreso a los Estados Unidos, impidieron que Norteamérica formara parte de la Sociedad de Naciones… ¡creada por el Presidente de los Estados Unidos! Estas son las terribles incongruencias, incomprensibles realidades, que deben conocerse, que deben aprenderse para que la gente conozca las causas de las situaciones ulteriores.

Y así,  el fanatismo, el racismo, el fascismo, condujeron inexorablemente a una segunda guerra mundial, en la que tuvieron lugar las acciones más reprobables de las que hasta aquel momento se tenían noticias: genocidio, holocausto. Hitler, Mussolini, Hiro-hito no tienen límites en sus ambiciones hegemónicas y en los medios para lograrlas.

 En 1944 y 45, otro gran Presidente norteamericano, Franklin Delano Roosevelt intenta la sustitución de la fuerza por la palabra: crea la Organización de las Naciones Unidas, y la Carta empieza con gran clarividencia con  lo que hoy constituiría la solución a los grandes desafíos que enfrenta la humanidad: “Nosotros, los pueblos… hemos resuelto evitar a las generaciones venideras el horror de la guerra”. Son los pueblos y no los Estados o gobiernos los que tienen la palabra, los que expresan su firme voluntad de adoptar las medidas correspondientes. Son las generaciones venideras las que se tienen en cuenta como referencia principal de la responsabilidad humana. Y se acuerda “evitar el horror de la guerra”, es decir, construir en adelante la paz, favorecer la convivencia, favorecer unas condiciones de vida digna para todos. Para que se pueda aplicar debidamente la palabra clave del gran diseño de Roosevelt, “com-partir”, se dispone de un grupo de agencias e instituciones que permitan disponer de los conocimientos apropiados y, como torres de vigía, aporten  la capacidad de anticipación que se requiere. Y así, crea la FAO (alimentación), la UNESCO (educación, ciencia, cultura y comunicación), la OMS (salud), la OIT (trabajo), el fondo UNICEF, para la infancia; el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)…

Todo parecía estar bien programado para que fueran los “pueblos”, quienes tomaran en sus manos las riendas de su destino.

En el preámbulo y en el artículo 1º de la Constitución de la UNESCO se establecen claramente guías de acción hacia el futuro, basadas  en la igual dignidad de todos los seres humanos. “La humanidad será guiada por los principios democráticos de la justicia, la libertad y la solidaridad… intelectual y moral”. En el artículo 1º  se manifiesta que “la UNESCO garantizará la libre circulación de las ideas por la palabra y por la imagen”… y que los educados se caracterizan por ser “libres y responsables”…

No cabe duda, pues, que era el momento en que parecía que, por fin, no iban a ser unos cuantos hombres, sino todos, hombres y mujeres, “los pueblos”,… los que, después de tantos siglos, iban a poder vivir a la altura de sus facultades distintivas y que podrían ejercer plenamente los derechos humanos cuya Declaración Universal adopta unánimemente  la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1948. “Estos derechos son para liberar a la humanidad del miedo”, se dice en el primer párrafo del preámbulo de la Declaración. Liberados del miedo, conscientes de que son capaces de  pensar, imaginar, anticiparse, ¡crear!… se abría un panorama que permitiría, sin duda, el inicio de una nueva era.

Sí, todo parecía encarrilado pero… comienza “la guerra fría”, caracterizada por una tremenda carrera armamentística entre los dos “grandes vencedores”: los Estados Unidos y la Unión Soviética. Todo el progreso que se había iniciado con  la ayuda al desarrollo y la cooperación internacional queda detenido frente a la lucha por el predominio militar. La Unión Soviética sitúa, con el primer vuelo espacial, una posible confrontación ulterior en las “galaxias”, en la que el Presidente Reagan no duda en emplazar a sus contrincantes, con el aplauso de los grandes productores de armamento.

Pero, de pronto -lo inesperado es nuestra esperanza- el nombramiento de Mikhail Sergeyevich Gorbachev como Presidente de la Unión Soviética, cuya decidida acción de reformas que culminan con la transformación de la URSS en “Comunidad de Estados Independientes”, es capaz de terminar con la guerra fría con el símbolo del desmoronamiento del Muro de Berlín. El Presidente Reagan no sigue el ejemplo de Gorbachev y, bien al contrario, sustituye los valores éticos por las pautas mercantiles, margina al Sistema de las Naciones Unidas y pone en su lugar los grupos plutocráticos (G6, G7, G8…) al tiempo que se impone en Occidente el neoliberalismo globalizador a ultranza.

En Reikiavik, en octubre de 1986, Gorbachev propone al Presidente norteamericano la eliminación de la amenaza nuclear. Reagan acepta la reducción del 70% de las ojivas nucleares… pero no puede ir más allá, a pesar del requerimiento formal del líder soviético. Y es que, como recuerda Gorbachev en aquel momento, “ya el Presidente Eisenhower había advertido en enero de 1961, en la investidura del Presidente John Fitzgerald Kennedy, que “había un poder mayor que el del Presidente de Estados Unidos: el del complejo bélico industrial”.

En la década de los ochenta, la alianza Reagan y Thatcher conduce a una economía basada en la especulación, deslocalización productiva y guerra (3.000 millones de dólares al día mientras que mueren de hambre más de 20.000 personas, la mayoría niñas y niños de uno a cinco años de edad), al debilitamiento del Estado-nación en favor de grandes consorcios multinacionales, y –como ya he indicado- la cesión de la gobernanza mundial a un grupo de naciones ricas. ¿Cómo pudo pretenderse y aceptarse por tantos países que un puñado de naciones ricas tomara en sus manos las riendas del destino común?

Cuando todo clamaba paz, extinta la guerra fría, cuando tantos Estados previamente sometidos a la Unión Soviética iniciaban su largo recorrido hacia la democracia y hacia las libertades públicas, cuando un sudafricano en cautiverio durante más de 27 años sale con las manos tendidas en lugar de alzadas y logra la reconciliación en Sudáfrica –sí, lo inesperado es la esperanza– cuando se terminaba, con la intervención de la Comunidad de San Egidio, la guerra civil en Mozambique,… y se firmaba en Chapultepec el final de la contienda en  El Salvador…. y se reiniciaba el proceso de paz en Guatemala… la actitud del Presidente Reagan impidió un cambio de rumbo. Sí: al final de la década de los ochenta –me gusta insistir en ello porque creo que es importante como suceso y como lección- todo clamaba paz… pero se  suceden los acontecimientos que prueban la disidencia norteamericana, para las ambiciones  hegemónicas del Partido Republicano de los Estados Unidos: a finales del año 89, el gran Administrador General y fundador de UNICEF, Jim Grant,  convoca a los mandatarios de todo el mundo para la firma de la Convención de los Derechos Humanos de la Infancia en la sede de las Naciones Unidas en Manhattan. Y, aunque parezca inverosímil, cuando se hallan presentes Jefes de Estado, Reyes, Presidentes de Gobierno… el Presidente Bush (padre) le indica al Grant que no va a firmar la Convención. ¿Qué sucedería si, siguiendo el procedimiento habitual de turno de firmas, el Presidente de los Estados Unidos anunciara que  no suscribe  la Convención por la que se han congregado todos los países del mundo? Se adopta una solución de emergencia: como Presidente del país anfitrión, el Presidente de los Estados Unidos firmará (no firmará) en último lugar. Y, cuando fue a hacerlo (a no hacerlo) empezamos a cantar “We are the world, we are the children…!” de tal modo que no fue hasta el día siguiente, a través de los medios de comunicación, cuando pudieron enterarse de la actitud incomprensible, intolerable, del Presidente de los Estados Unidos. Todavía hoy, Estados Unidos es el único país del mundo que no ha suscrito la Convención. El Presidente Obama lo ha intentado, pero se necesita una mayoría parlamentaria de la que no dispone.

Y después de este “desplante” a los derechos humanos y a las Naciones Unidas, se crea la Organización Mundial del Comercio directamente fuera del ámbito de la ONU en 1992… El Banco Mundial “para la reconstrucción y el desarrollo” pierde su “apellido” y se convierte en una herramienta del neoliberalismo más radical. Y disminuyen las ayudas al desarrollo… Es así como se genera esta gran crisis, fuente de crisis ulteriores, puesto que desaparece el multilateralismo democrático y se sustituye por el autoritarismo. Una vez más, la palabra se sustituye por la fuerza.

Luego, en 2003, la invasión de Irak por ambiciones geoeconómicas y estratégicas, basada en la simulación, raíz hoy de tantas animadversiones, fanatismos, xenofobia… Se originan luego en una Europa exclusivamente monetaria, en la que ha sido imposible llegar a una unión política, social y económica- brotes peligrosísimos de prevalencia de ideologías y creencias… y se llega a la crisis de los “créditos humo” con la bancarrota de Lehman Brothers…

Ya electo el Presidente Barack Obama, en el último estertor de su disparatada presidencia, George Bush Jr.  convoca al G-20 en Washington y, con el aumento de la plutocracia y la promesa de que se regularán los flujos financieros y se eliminarán los paraísos fiscales, se pretende que la gobernanza mundial inicie un nuevo camino. Una pretensión, porque no se trata de que sean 6, 8 o 20 los países ricos que dirijan el concierto mundial sino de que todos ellos, sin excepción, en el contexto de una gran institución multilateral y democrática, llegar a acuerdos, especialmente en el momento en que la humanidad se halla ya en el antropoceno, y las actividades de la especie humana influyen decididamente en la calidad de vida, en la habitabilidad de la Tierra.

Existen múltiples puntos de referencia: que nadie diga que necesitamos “orientación” porque, aparte de los documentos-faro ya citados, existen muchos más: el Plan de Acción Mundial de Montreal, 1993, sobre Educación para los Derechos Humanos y la Democracia; los resultados de la Conferencia de Viena sobre Derechos Humanos (1993); la Declaración de la Tolerancia, al cumplirse el 50 aniversario de la creación de las Naciones Unidas (1995); los compromisos de la Cumbre de Desarrollo Social (Copenhague, 1995); la Declaración y Plan de Acción de una Cultura de Paz (Asamblea General de las Naciones Unidas, 1999); Carta de la Tierra (2000); Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea (2000); Objetivos del Milenio (2000);… y, más recientemente, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (París, 2015) y los Acuerdos en relación al Cambio Climático (2015)…

Se ha llegado a una serie de acuerdos para hacer frente a la crisis medioambiental y a la crisis social y económica… pero, ¿dónde están los recursos para llevarlos a la práctica? Que nadie se engañe. Será necesaria una gran movilización para un despertar las conciencias, que tienen que liderar las comunidades científica, académica, artística, intelectual, en suma. ¡Delito de silencio! Ahora que ya podemos expresarnos, ahora que gracias a la tecnología digital ya sabemos lo que acontece. Ahora que la mujer, progresivamente con sus valores inherentes, participa en la toma de decisiones, ahora que está claro que el por-venir está por-hacer, que inspirados en el pasado debemos inventar el futuro, como propuso audazmente el Presidente Kennedy en junio de 1963 en un gran discurso ante la Universidad Internacional de Washington, ahora, mientras se realiza la transición a una economía basada en el conocimiento para el desarrollo global humano y sostenible, debemos entre tanto apoyar la propuesta del International Peace Bureau y reclamar, de inmediato, un porcentaje de las inversiones en armamento de tal manera que sin afectarse en absoluto la seguridad pueda disponerse de los fondos necesarios para las prioridades que las Naciones Unidas ha establecido desde hace tanto tiempo: alimentación, agua potable, servicios de salud, cuidado del medioambiente, educación y paz.

¡Desarme para el desarrollo!: esta es la solución inmediata, esto es lo que debemos todos procurar para que este año de 2016 termine con la posibilidad de convertir en realidad las propuestas del desarrollo sostenible y de la regulación del cambio climático.

Se ha propuesto la celebración de una sesión extraordinaria de la Asamblea General de las Naciones Unida, con la asistencia de instituciones representantes de la sociedad civil, para tratar exclusivamente tres temas: medioambiente, extrema pobreza, amenaza nuclear. En estos tres temas pueden alcanzarse puntos de no retorno y está en juego la responsabilidad intergeneracional. Ya lo ha advertido el Presidente Obama: “Esta es la primera generación que debe hacer frente a estos desafíos y la última que puede llevarlo a cabo”. Y el Papa Francisco, en una Encíclica ecológica (¡) ha advertido de que “se trata de actuar hoy, porque mañana puede ser tarde”.

En esta misma sesión extraordinaria podría ya iniciarse la “hoja de ruta” para la refundación de un multilateralismo democrático que pudiera, por fin, encauzar la gobernación del mundo una vez superadas las crisis actuales.

Frente a la crisis económica, medioambiental, de valores, de gobernación genuinamente democrática… ¡la fuerza de la palabra! Podrán quitárnoslo todo… pero “nos quedará la palabra”, como dijo, y nos llena hoy de esperanza, Blas de Otero.

Transitar desde la razón de la fuerza a la fuerza de la razón, desde la fuerza a la palabra es la gran solución que hoy tenemos la obligación de acometer.

Al leer esta espléndida recopilación de escritos de Ángel Juárez, implicado, reflexivo, creador, que sabe que ha llegado el momento de aplicar tratamientos en tiempo oportuno, se llega a la convicción de que es posible el cambio. De que es posible cumplir esta “elección de futuro” de la que nos habla la Carta de la Tierra, de tal modo que logremos no merecer aquella terrible frase de Albert Camus: “Les desprecio, porque pudiendo tanto se atrevieron a tan poco”. Y no seamos objeto de la acusación de Otto René Castillo, porque no habremos guardado silencio. Ni habremos sido sólo espectadores sino actores muy activos para enfrentar las múltiples crisis que nos conciernen e iniciar una nueva era en estos albores de siglo y de milenio.

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Federico Mayor Zaragoza

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