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Tania Jamardo: ‘El caballero extranjero’

Tania

Tania Jamardo es periodista, escritora y miembro de la Red Internacional de Escritores por la Tierra (RIET). Después de un largo tiempo sin escribirnos, nos ha enviado un relato titulado ‘El caballero extranjero’, que reproducimos íntegramente. Desde aquí animamos a todos los miembros de la RIET que hace tiempo que nos envían sus textos a que lo vuelvan a hacer, porque nuestra puerta siempre está abierta para todos.

El caballero extranjero’

Pues el caballero ha llegado inesperadamente por la mañana. Por lo menos, sería inesperadamente para el pueblo de la ciudad.

Se notarán de inmediato sus valijas, caras, pero muy gastadas, su cuello almidonado y su corbata en aquel calor tropical, su traje en lino blanco ligeramente arrugado por el largo viaje en el pinga-pinga [1].

En poco tiempo, todavía, algunos pormenores ya habían sido alterados. Un simple paseo por la calle principal en el viejísimo taxi de la ciudad, y el viajante pareció comprender algunas características de la localidad. El traje sastre fue sustituido por un pantalón deportivo y una camisa al estilo, ni muy coloreada ni muy circunspecta – neutra.

A seguir, acomodado el caballero en el hotel (el mejor de los dos), empezó a comentar el relleno de la cartera del caballero y su acento un tanto mascullado.

Más tarde aún, una comisión dividida buscó entenderse discretamente com el gerente del hotel: quién, cuándo, adónde, por qué, hasta cuándo.

Alrededor de las cuatro de la tarde, unos tres o cuatro nativos –es decir, naturales de la región– se presentaron para hablar con el “caballero extranjero”. Los dos primeros eran dos embusteros conocidos – pero, al fin, ha reflexionado el gerente, el problema no era suyo. Dos reflexiones más adelante e una amistad establecida en el bar al otro lado de la calle, el gerente llegó a una conclusión opuesta: era de su interés, sí. ¿Podría permitirse que dos tipos sin rango ni nombre, como aquellos, se llevaran ventajas luego de pronto, en detrimento de los ciudadanos más dignos? Una vez que el teléfono estaba en descompostura, como en 25 días de cada mes, el gerente ha enviado tres mensajeros a los arrededores: una camarera, un mozo del restorán, y el único boy[2]. Tres destinos distintos: el coronel, el presidente del concejo municipal y el comisario de policía.

Las providencias no se hicieron esperar. Alrededor de las 6 de la tarde, el comisario sorprendía los dos infractores en flagrante delito de apoderarse del dinero del visitante en cambio de dos escrituras de inmuebles, evidente y groseramente adulteradas – y lo que era peor, escrituras de propiedades del coronel. Para la felicidad y alivio general de la ciudad, el crimen fue evitado, y el caballero pudo constatar la extremada eficiencia da la justicia nativa – es decir, local.

Eso no fue todo lo que se pasó. Como compensación al mal momento que el caballero acabara de pasar, a este le fue concedida la situación de huésped oficial de la ciudad (ofrecimiento hecho por el presidente del Concejo), y acto continuo, el caballero fue invitado (por el coronel) a conocer una hacienda[3] típica de la región.

El caballero se mostró encantado. Nunca fuera tan bien recibido en otras partes… ¡y sin carecer cualquiera iniciativa suya! El esperaba, verdad, establecer algunos contactos y entablar algunas camaraderías en vista a sus negocios. La realidad, sin embargo, superaba sus expectativas. Le bastaba analizar las ofertas que le llovían de todos lados y, en caso de duda, aconsejarse con sus tres protectores legítimos: el coronel, el presidente del Concejo y el comisario de policía.

En la propiedad del señor coronel, el caballero ha conocido otros aspectos de aquella región admirable. Por lástima, él tenía algunos reparos a hacer. Si él fuera el señor coronel, por ejemplo, habría hecho construir algunos baños y excusados colectivos. Idiosincracia personal suya: no le gustaba la suciedad. Además, algunos estudios que había emprendido sobre los trópicos le habían convencido que la nutrición y el aseo eran factores primordiales para la productividad agrícola.

El coronel, entretanto, soltó una carcajada bien humorada al verse delante de la inexperiencia del caballero. Allí, se permutaban calidad y cantidad. Si sus hombres eran menos productivos, se mostraban, en compensación, mucho más reproductores. Cosa que no dejaba de ser razonable – admitió el caballero – “pero según criterios un tanto primitivos”, ha concluido él para sus adentros.

Pero esta no fue la última de las sorpresas que el caballero sufriría. Y fue apenas al saber que las únicas lecturas disponibles – y en un grupo sensiblemente reducido – eran los almanaques agrícola, litúrgico e homeopático, que él pudo realmente comprender, con justicia, las infinitas consecuencias de una administración que le había parecido solamente descuidada.

“Otras circunstancias, otras costumbres” – ha reflexionado. No importaba. No le gustaban de todos modos.

Sugirió al coronel… ¿quizás un investimento para la realización de reformas?[4]

El coronel empalideció: ¿reformas? Y avanzó una mano rápida para el cajón central de su escritorio.

El caballero no sacó su perturbación e prosiguió en la exposición de sus planes. Pero no, al coronel no le interesaba ni vender ni reformar. “Usted no conoce esa gente, caro señor… cuanto más uno le hace una buena obra…”

Y la contrapropuesta: ¿y se fueran invitados a charlar presidente y comisario?… Sería mucho más ventajoso al caballero comprar tierras públicas urbanas… con la condición de que el caballero se comprometiera a no introducir mejorías en las mismas en los próximos cinco años. El caballero extrañó tal cláusula. Pero asintió en volver a la ciudad el día siguiente. Y se fue.

A ese tiempo, algunos descontentos refunfuñaban contra la importante visita. A su causa, dos excelentes ciudadanos habían sufrido una paliza y estaban encarcelados como criminales comunes. A su causa, faltaba agua mineral embotellada en toda la ciudad, porque el alto personaje no bebía ni se bañaba con el agua corriente. Además, corría el rumor subversivo de una anunciada venta de las tierras de arrendamiento del coronel, con la consecuente expulsión de los arrendatarios del único valle con aguadas.

A todo eso, la admiración que seguía al caballero por todas partes, era acompañada por murmurios de esta clase: “que vuelva para la puta que lo parió; que el diablo lo lleve para sus profundidades; que se muera ahogado en todo el agua mineral que se está tragando…” Murmurios de tal naturaleza, por cierto, no se adecúan a ambiciones turísticas. Y tres asistentes del comisario trataban, delicadamente, de disuadir las lenguas descorteses. El gerente del hotel – ahora prácticamente el primer ciudadano de la comunidad, – se encargaba de denunciar tales irresponsables.

Pero es posible que no fuera ninguno de ellos que ha aprontado el petardo. Gente de afuera, debía de ser, porque las almas allí eran pacatas y serviles – es decir, civiles. El petardo no era exactamente una bomba, solamente una “cabeça de negro[5] Sea como fuera, mitad de la población salió a la calle y la confusión se instaló.

Horas más tarde, alguien ha preguntado: “¿y el extranjero?” Verdad, nadie lo veía en parte alguna. Se sabía que se había reunido con el coronel, el presidente del Concejo, el comisario, y el alcalde, ocasionalmente sobrio aquel día.

Por la noche, el petardo moral… En el retrete masculino del bar frontero al hotel, el ultimato… Y ultimato casi perdido por ser el único papel de ese sitio. En todo caso, se podía aún leer: “Tenemos con nosotros el caballero de las extranjas… Abran las puertas del cárcel y depositen detrás de la puerta de la iglesia tantos millones hasta mañana por la noche… No intenten seguirnos…”

Bueno, como las películas exhibidas en el cine de la ciudad databan de la década de 30, todos eran familiares de los temas relativos a la Cosa Nostra, Mafia, gangsterismo, secuestros. Se sabía incluso que el hijo de un famoso aviador o astronauta (Lindbergh) fuera raptado, el rescate pago y jamás devuelto (ni dinero, ni víctima).

Después de una paliza – por cuenta de alguna duda – aplicada a los tratantes encarcelados (¿quizás algún pariente resentido?…), hubo una reunión de cúpula. ¿Qué hacer? Además del propio caballero, solamente el coronel poseía tantos millones… ¿Y ahora? ¡Pobre caballero!

En ese momento, el alcalde ha revelado el grande negocio hecho por el caballero aquella misma mañana. Todos vacilaron. Con el caballero desaparecido ¿no sería posible?… El alcalde ha deshecho las ilusiones de los demás: el caballero había marchado hasta la ciudad vecina para enviarle un radiograma a su matriz. El negocio estaba hecho y confirmado, no era posible volver atrás.

Y la luz se hizo en aquel instante. ¡Claro como el día! Allí estaban los recursos tan esperados. El coronel hesitaba aún: “¿Pero no habrá otra manera… más en cuenta?” Alcalde y presidente fueron unánimes por primera vez en 30 años: “¡Absurdo! ¿y ahuyentar de acá para siempre todo y cualquiera caballero importante?”

En la mañana siguiente, la noticia corría por toda la región urbana y suburbana: el Concejo acababa de votar y aprobar, y la exactoria municipal ya estaba recibiendo, con carácter de urgencia, hasta las 6 de la tarde del mismo día, el impuesto-rescate, con 1% de sobretasa por hora de retraso.

Al fin, habiendo sido comprada al contado por el caballero extranjero, la víspera – y por un buen precio, a pesar de sus notorias deficiencias – nada más normal y cívico para una ciudad que salvar su dueño y señor. ¿O no lo sería?

 Al medio-día, la cola delante de la Exactoría ya alcanzaba, por cierto, um quilómetro y medio.(19/01/1970) 

(in “Tradição, Familia e Outras Estórias, Ed. Ática, 1978)


[1] pinga-pinga (bras. pop.) – autocarro que hace paradas frecuentes durante el viaje.

[2] boy (angl.) – mozuelo de recados y pequeños servicios.

[3] hacienda – finca, estancia, gran propiedad pastoril.

[4] reformas – por mucho tiempo, en Brasil se asoció la palabra reforma a la amenaza de transformaciones sociales, en contra los intereses de las clases hegemónicas.

[5] “cabeça de negro” – petardo seco, sin proyectil, utilizado para producir gran ruído em festividades, etc.

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