Frei Betto es un conocido escritor, fraile dominicano, teólogo de la liberación y miembro del Comité Honorífico de la Red Internacional de Escritores por la Tierra (RIET). También fue el gran protagonista del VII Encuentro de Escritores por la Tierra, celebrado el pasado mes de abril en Heredia (Costa Rica). En su último artículo nos habla sobre uno de los problemas más importantes que tendremos que afrontar pronto si queremos tener futuro como humanidad: la desigualdad entre ricos y pobres.
‘Desigualdad y propiedad: nobleza y burguesía’
Basta mirar alrededor: el mundo en que vivimos es escandalosamente desigual. El dato es de la ONG OXFAM, divulgado en Davos, Suiza, en enero del 2014: 84 personas físicas disponen de la renta equivalente a la que poseen 3,500 millones de personas, o sea la mitad de la humanidad.
El economista francés Thomas Piketty, en “El capital en el siglo XXI”, libro convertido en bestseller mundial, avisa que el gran desafío que habrá que enfrentar es cómo desatar el nudo que hoy permite la acumulación privada de la riqueza en manos de unos pocos. Favorecida por el derecho de herencia, esa concentración profundiza la desigualdad en el casino global, en el que el ingreso resultante de la especulación supera al de la producción.
Antes el poder y la riqueza (que siempre van de la mano) se concentraban en manos de la nobleza. Los vínculos sanguíneos garantizaban el privilegio de herencia. Al noble no le gustaba trabajar, que era una actividad reservada a la plebe. Al noble le bastaba con disfrutar…
La ascensión de la burguesía hizo pasar el privilegio de la “sangre azul” a la posesión de propiedades. El linaje de nobleza fue destronado por la riqueza de la burguesía. Más importante que ser hijo de príncipe es ser hijo de banquero o de empresario. Aquél tenía “cuna”, éste tiene una gruesa cuenta bancaria…
En el siglo 19 Karl Marx analizó en detalle el modo como la mercancía (o la propiedad) imprime valor a las personas. Y calificó esto, apropiadamente, como “fetiche de la mercancía”.
En el capitalismo una rosa no es una rosa, o mejor, una persona no es una persona. Como tal no vale nada. A menos que se presente revestida de fetiche, de algo que, ante los ojos de los demás, cause encantamiento. Ese encantamiento es la mercancía que la reviste. Juan es una persona, pero si no ostenta algo de valor Juan es un cero a la izquierda. Ah pero si posee un banco, una empresa, tierras, anda en un auto de lujo y se viste con ropas caras, entonces su valor resplandece en la sociedad, provocando admiración y envidia. En resumen, el valor no procede de que Juan sea una persona sino de ser propietario y de exhalar el seductor aroma del dinero.
Esa anomalía o inversión de valores contamina profundamente a la sociedad capitalista. El pobre que roba es ladrón; el rico, corrupto. El pobre es atado con una cadena asquerosa; el rico es tratado con respeto y consideración. Si un pobre mata es condenado a años de cárcel; pero el rico cuenta con abogados competentes y se beneficia de una legislación hecha de acuerdo con el sistema en que vivimos: para los de arriba impunidad, para los de abajo castigo severo y cruel.
El fundamento de la desigualdad reside en la propiedad. En democracia, en principio todos tienen derecho a la propiedad. Pero de hecho pocos tienen acceso a ese derecho. La acumulación de propiedades en manos de unos pocos procede de la multiplicación de muchos no propietarios.
En mi infancia, en Belo Horizonte, había un gran número de tiendas en mi barrio, desde puestos de verduras y legumbres a almacenes que nos proveían de cereales y productos de limpieza. Al crearse los supermercados las tiendas tuvieron que cerrar; ahora, con los shoping centers, los supermercados están en crisis. La pirámide de la desigualdad, basada en la concentración de riquezas, se estrecha cada vez más, condenando a una gran parcela de la humanidad a la exclusión y a la pobreza, incluso sin acceso a los bienes esenciales tales como la vivienda y la alimentación.
La salida estaría en la intervención de gobiernos progresistas, mediante legislaciones avanzadas, que impidan la formación de oligopolios y defiendan los derechos de la mayoría de la población. Una luz de esperanza reside en la economía solidaria, autogestionaria, que facilite a los trabajadores ser dueños de los medios de producción. La reducción de la desigualdad social exige la reducción de la concentración de propiedades y de riquezas en manos de unos pocos. Sin esa perspectiva la brecha entre el mundo de los ricos y el mundo de los pobres sólo tenderá a acentuarse.
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Frei Betto