Red Internacional de Escritores por la Tierra (RIET)

Únete a Nosotros - Adhesiones!

Miguel Ángel Montoya Jamed: ‘Diógenes de los árboles’

montoya

El filósofo, escritor, profesor titular exclusivo de la Universidad Nacional de San Juan (Argentina) y miembro de la Red Internacional de Escritores por la Tierra (RIET), Miguel Ángel Montoya Jamed, vuelve hoy a nuestra web con ‘Diógenes de los árboles’, una composición singular y llena de filosofía que tiene el particular sello de estilo de este gran autor.

‘Diógenes de los árboles’

Diógenes vive, al final de la calle del medio. Al final, si subimos yendo al cerro, cuando la calle amaga seguir hacía el Sur, porque a los pocos metros se divide en varios senderos para pasar entre álamos,  frondosos aguaribay, dos o tres higueras y unos cuantos citrus. Y la calle se queda, en la casa de Diógenes De los árboles.

En una casa de adobe y techo de cañas y barro, prolija, metida entre los árboles  que  tienen que haber sido plantados mucho antes que Diógenes llegara. Dicen que él la construyó con otros hombres, que cuando terminaron se fueron. Medio día trabajaban, comenzaban con la última oscuridad de la noche, hasta que el Sol se ponía por encima  de ellos. Y el otro medio día leían, escuchaban a Diógenes, hablaban, escribían y después de cenar se acostaban, cada uno, en una bolsa tejida, gruesa, que tenía la almohada hecha con hojas de jarilla. Eso dicen.

La actividad y el modo de vestirse  de los hombres, que decían ser discípulos de Diógenes, llamaba la atención a los pocos vecinos que pasaban por ahí. Mientras construían no hablaban ni gritaban, como se escucha cuando hay una cuadrilla. Además de Diógenes, eran doce hombres con ropa blanca, de pantalones amplios, unos se los prendían a la altura de los tobillos, y usaban turbante. Por las tardes, se sentaban en círculo, bebían té en abundancia, escuchaban a Diógenes,  hablaban con pasión y leían sus libros. Lo que hablaban y leían  era parte del misterio para la curiosidad de los vecinos. Que lo hicieren, fue la cotidianeidad de los tres meses de primavera de aquel año.

Un año que nadie se acuerda, o que nadie quiere contar. Algunos de los hombres más viejos dicen que la fecha en que llegó Diógenes, se ha ido corriendo hacia atrás, más rápido que las memorias. Eso desde el día en  que se fueron los discípulos,  y que por lo tanto la casa y los árboles están ahí desde antes de lo que cada uno conoce por anterior.

Y que por eso nadie pregunta “cuándo”, respecto a la llegada de Diógenes al pueblo.

Dicen que cada hombre y cada mujer del pueblo, aprendieron, tampoco saben cómo ni desde cuándo, que el comienzo de las cosas es el que señala su memoria y que por lo tanto el comienzo está en cada uno. Como también estará el final.

Dicen que el cuándo, debe estar sólo en las preguntas que van hacia adelante. Y que a eso, ellos, le llaman Voluntad.

Lo aprendieron de Diógenes, en charlas, de vez en cuando. En algunas hojas escritas por él,  que les regala agradeciéndoles que lo lean.

Dicen que la Voluntad está en la Vida. De una manera en los hombres y mujeres, de otra en los animales, de otra en los vegetales y de otra en los minerales del cerro. Que eso es lo que los hace iguales. Y distinto: que ellos lo comprenden. Y que pueden ponerlo en un discurso que tiene sentido.

Diógenes es su nombre, los vecinos que, primero, hablaban de él, decían “el hombre de los árboles”. Cuando  se enteró, adoptó esa indicación como apellido. Le pareció que era una necesidad del arraigo. Y desde entonces, firma: Diógenes De los árboles.

Diógenes: lo trajo de Grecia, como trajo su Duda, que hace su oficio, como trajo sus costumbres que ahora se cruzan con otras y como trajo su ser que va siendo otro para ser el mismo.

De los árboles: lo tomó, con gusto, de los Hombres que lo nombraban aquí. Para comenzar a no ser extraño. Dice.

Los vecinos hablan de Diógenes como “el escritor”, pero breve, siempre con pocas referencias, con curiosidad, como si hablaran de lejos. Les gusta como vecino. Sus conversaciones aunque sean de pocos párrafos siempre tienen un concepto. A los hombres les extraña, primero. Después, los que le toman  confianza le piden, cada tanto, que les regale unos de sus cuentos.

Diógenes, promueve que sus vecinos lean, como una acción vital, de inmunización a los discursos y a las publicidades, que son lo mismo, son argumentaciones del mercado, según él. Y esas debilitan a los Hombres, porque les debilita la Conciencia y el Espíritu.

La casa de Diógenes no se ve desde la calle, la tapan los árboles. Y cuando se entra por un callejón, de unos cincuenta  metros de largo, ante los primeros ruidos, detrás de una tranquera, comienzan a ladrar unos perros grandes, negros y bulliciosos. Detrás del bullicio aparece la casa con una calle de piedras que la rodea por uno de los costados.

Las piedras pronunciadas en el suelo, irregulares. Es su metáfora empírica. Según dice.

Para aprender a caminar despacio, como debe ser en la Vida. Es la calle para salir, despacio, al mundo que construimos. Dice.

Diógenes llegó al pueblo desde el otro lado de la montaña, de una ciudad  de hombres que  como oficio, pensaron.

Diógenes es un filósofo  que vino a este lado de la montaña, a estudiar el Sentido que los Hombres construyen para hacer la Vida. Se interesa por la Palabra y por el Tiempo.

Dice que buscó en mapas remotos que consignaban pueblos que tenían intimidad y donde los Hombres observaban en silencio. Y por eso, decidió migrar a la Rinconada, que además tiene uvas, vinos  y aceite, como su pueblo.

Diógenes entra a sus sueños para buscar  belleza. Dice que, en el Inconsciente tenemos la belleza que nos negamos a mostrar, por pudor o  tal vez para no debilitar la Vida.

Ahí, que es la más íntima  intimidad, por lo recóndito de lo privado  caminamos  tomados de una belleza diurna, de una belleza aprehendida durante la vigilia. Que, por lo tanto, no debemos distraernos de la belleza, mientras estamos despiertos.  Que cuando entramos a los sueños, el tiempo es el de mucho acontecer, no es el periodo de la noche. Nosotros no estamos en la noche, estamos en el Inconsciente. Donde está el Sujeto que somos.

Y cuando regresamos, aquel tiempo nos parece incoherente. Eso: porque no somos la sucesión de instantes donde el devenir se hace pasado. Ese es, el lugar donde hay Presente sin Devenir ni Pasado.

En la vigilia, el Presente está en nosotros, sólo en nosotros. El presente es la intersección del Devenir con el Pasado.

Cuando el Hombre entra a sus sueños, todo es Presente. Vive en un Presente. Camina por la luz  y no lleva consigo la sombra.

Nada hay ahí, que sea propiedad de la Conciencia.

Nosotros somos el Tiempo.

No hay Presente, el Presente carece de dimensión, es el punto de cruce entre el Devenir y el Pasado. Ese punto sólo es una representación del Hombre.

Diógenes no escribe estas enseñanzas. Las dice, de a poco, en conversaciones breves, sin insistencia. De ellas habla, mientras enciende el fuego, por la mañana, en el fogón al Oeste de la casa. Ahí calentará el agua para el mate y mantendrá una llama durante todo el día. O le habla al fuego.

A veces hace referencia a Heráclito, por sus conversaciones breves, suele decir: “El aprender muchas cosas no instruye la mente”. “Pues la verdadera y única sabiduría es conocer la Mente, que puede disponer y gobernar todas las cosas por medio de todas las cosas”.

Seguramente: también el fuego que arde todo el día en la casa.

Yo, y a veces otros visitamos a Diógenes. Otros que llegan buscando conocimiento.

Voy a escucharlo, me aconseja no escribir para que no me distraiga. Prefiere conversar, prefiere que nos escuchemos.

Muchas veces, callados, miramos y escuchamos la montaña.

Me dice que debo intentar mirar hasta que aprenda a ver.

Por el fuego, nombra a Heráclito y dice: “Todas las cosas provienen del fuego y en él se resuelven”.

Pensé que la referencia al fuego y el fuego encendido, tiene que ver con la acción de los Hombres. Que se refiere a la Voluntad.

Hasta ahora, para mí, Voluntad: es ir al encuentro del devenir.

                Es estar expectante al devenir.

                Es disponerse al devenir.

                Ir estar, disponerse es construir-construyendo la (libertad) Voluntad.

……………………………………………………………………………………………..

Voluntad obsesiva: es tener conciencia de esta voluntad, darse cuenta de la Voluntad; es la Voluntad en sí misma.

Digo, hasta ahora. Porque está última frase, fortalece mi situación en un pensamiento que desde hace unos meses, me seduce mucho: “El mundo como Voluntad y Representación”

¿Es tan real como suponemos la realidad…….que vemos?

…….la pucha…….de todos modos, andar por aquí, es un juego…….debe ser un juego…….

Mañana voy a insistirle a Diógenes hablar de esto…….

Le gusta caminar por las calles vecinas de su casa. Bajamos hasta las que no alcanza la urbanidad, que no es más que incipiente si la comparamos con la ciudad. Pero el tránsito sí tiene el apuro del mercado y la velocidad de la modernidad, extendida por nada o sólo por dañar para tener entidad.

Los que venden, los vicios, la iglesia, en dos cuadras hacen la urbanidad, contra el silencio y la paciencia, que ya están  apenas subimos o bajamos una cuadra de ahí.

La belleza del día está en el trabajo en la Tierra y en las mujeres que van y vienen, además de en el otro aspecto de la Naturaleza. La belleza se hace visible en el silencio.

Concluimos el paseo a media mañana, generalmente.

Algún día, la caminada la hacemos por el pie del cerro. Ahí, sin algún acuerdo previo, llevábamos mayor silencio. Aunque, nos sentamos un rato largo, antes de bajar y hablamos.

Nos despedimos, donde comienzan  sus árboles. Yo tengo que caminar cinco o seis cuadras, hacia abajo, para llegar a mi casa.

Esta mañana, de regreso, todo el camino llevé una sensación de tristeza…….racional, que no me incomodaba. Pero: la razón se ponía por debajo, había hecho una pausa…….debía, ir por debajo de mi sensibilidad…….y de mis imágenes.

Vivir en el campo, con atención en la Naturaleza: que conformamos y nos conforma.   En oposición al desarraigo, la piel se nos pone más fina, no débil…….más fina. Entonces nos es, más fácil reír y  más fácil llorar.

Rumié  una sentencia de Nietzsche, del prólogo, de “El viajero y su sombra”, que dice: “……La vida misma nos recompensa de nuestra voluntad obstinada hacia la vida,……………….; y nos recompensa ya de toda mirada atenta que le lanza nuestro reconocimiento, que no deja escapar ninguna ofrenda de la vida, aunque fuese la más pequeña y la más pasajera. Ella nos da, en cambio, la ofrenda más grande que pueda darse: nos devuelve nuestra tarea”.

Caminaba y pensaba en un amigo que quiero mucho. Y que anda llevando  toda su fuerza en esa “Obstinada Voluntad por la Vida”.

¿Dónde va la niñez de los Hombres, cuando crecen?

¿Dónde…….no?

……. ¿Dónde va la niñez de los Hombres, cuando crecen?…….

.

Miguel Ángel Montoya Jamed

Comments are closed.

Post Navigation